Dos

I
Una tarde casual, una festividad más. Sin otra pretensión, ese día disfrazado de inocencia fue una fecha importante para ambos. Aurora lo conoció a él; Él conoció a Aurora. Un par de miradas –o una sonrisa tal vez, no lo recuerdan- y dos extensos y lejanos caminos parecieron converger de súbito en ese instante que unió sus vidas. Sin más que esas sencillas señas ambos fueron a la casa de Mauricio –‘él’- e hicieron el amor como argumento natural de todo lo acontecido ese día.

II
Aurora se marcha temprano. Él descansa de una agotadora noche de pasión. Su piel resuma un sudor que lo refresca de sudores anteriores. La puerta se cierra y ambos fingen no despedirse ni con un silencioso ‘adiós’. Mauricio abre sus párpados, pero no se pregunta a dónde va ni a qué hora llegará, o por qué huye a estas horas cuando el sol apenas despunta sobre las montañas. No le importa.

III
Mauricio cierra el paragua y se apoya en él con elegancia. Había dejado de llover. En la vereda opuesta, una mujer que le roba toda razón camina ansiosa por la avenida perdiéndose entre la muchedumbre que aguarda la luz verde. A dónde irá, a quién sigue.

IV
La mujer no regresa a casa y tan tarde que es. El hombre mira su reloj y de súbito ya son las once de la noche. Sin darse cuenta ya es de madrugada y prefiere cerrar la puerta con doble llave. No llegará sentencia con un dolorcito al orgullo pero no al corazón. Se tiende en la cama solitaria y mira al techo sin dejar de pensar en la mujer que vio en la calle, enredándose entre la avenida y pasajes transversales.

V
Aurora se apaga con las primeras luces de la mañana. Si pudiéramos romper la ventana tapiada y acercarnos a la habitación oscura donde descansa junto a un grupo de desconocidos, seguramente Aurora no sabría decirnos dónde se encuentra ni qué hace ahí.

VI
Mauricio se queda con la mirada puesta en una jovencita de abultado escote. Quiere olvidar.

VII
La noche es una sombra llena de fantasmas, de un cigarro bien fumado y un whisky de poca laya que encontró en oferta. Piensa en ella y se imagina que en algún instante de pausa entre tanta agitación, ella piensa en él. Se conforma con la idea de que en cierto momento ambos están en la misma sintonía y lo disfraza como algo astral, aural, zodiacal, de esta vida, de otras vidas, planetario, del destino.

VIII
Alguien invitó a Aurora a pasar una tarde calurosa en su departamento. Era un sitio espacioso y con cortinas blancas iluminando cada rincón. Lo único que había era un sofá donde Délano se echaba a descansar y un sitial antiguo donde Aurora miraba al hombre dormir. Así pasó toda la tarde, esperando un poco de algo. Lo que fuera ese algo.

IX
El hombre invitó a una mujer sin edad. La escuchaba hablar mientras compartían un café y varios dulces. Una facturita, dos. La escuchaba como un eco lejano, como una radio entonando el ambiente, como una imagen diáfana que le da fuerza a lo que se está observando en primer plano. Y lo que Mauricio observaba en primer plano era a Aurora.

X
Le pareció amable de su parte haber dormido todas esas horas para revitalizarse y así amarla con más pasión. Le pareció dulce y conmovedor que esperase todo ese tiempo sentada en el sitial como una mujer digna para él. Cupo la idea de que el sexo fuera el final de un ritual de paciencia y devoción.

XI
Cecilia guardó silencio porque ya no tenía nada más que decir. A él –que no le dio ninguna importancia a nada de lo que dijo- le pareció un alivio. Pero en el preciso instante en que recogió ese silencio después de varias horas de ruido, su pensamiento cruzó por todos los tejados, atravesó seis puentes y fue a depositarse sigilosamente en la sonrisa de Aurora. Sonrisa que no era para él sino para el hombre que la acompañaba ese día que la vio en el café.

XII
Délano no contestaba. Por más que insistiera en la puerta y el timbre llenara de campanazos la casa, el hombre no contestaba. Aurora sabe que está con otra mujer e insiste con mayor razón, pero Délano es puro silencio. Rendida, sabiendo que no habría otra oportunidad, se protegió bajo un arbolito hasta que la lluvia pasara. Entonces emprendió el viaje hasta el único lugar donde sentía pertenecer.

XIII
Una mujer espigada corría por la vereda del frente con un diario en su cabeza para capear la lluvia. Al otro lado le observaba Mauricio quien se ocultaba bajo su paragua negro. Y aunque era ridículo hacerlo, ofreció llevarla a su destino salvándola de la lluvia. Ella lo miró y aceptó. Ambos se fueron por calles que Mauricio jamás había visto.

XIV
Aurora ve a Mauricio acompañar a la mujer por calles que les era muy familiar. Los observa a distancia y sabe que el hombre está muy entusiasmado. No le importó la situación hasta que la mujer se despide muy afectuosamente de Mauricio y éste marcha. Entonces ella toca el timbre y Délano sale a recibirla. Aurora está destrozada.

XV
Tocan la puerta. Tres golpes secos. Aurora ha regresado. Empapada y todo prefiere aguardar en el umbral. Ambos se miran a los ojos, como debió ser la primera vez (aunque la memoria les falle y no estén tan seguros). Se miran y no dejan de hacerlo por varias horas, cuando la lluvia cesó, el sol regresó con furia, borrando toda huella del mal tiempo, y ellos se siguen mirando. Llega la noche, los árboles agitados, una bruma espesa y ella siente frío.

Mauricio la invita a pasar.

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