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Pablo Conlin

septiembre 30, 2007

Ser parte de un complot resulta todo un triunfo para el buen estafador. Nada de atracos ni forzadas reyertas urbanas por un bolso o una cartera que alguien descuidó en su espalda. Para un estafador como Pablo Conlin su llamado era el reconocimiento que tanto esperaba en los círculos más oscuros del país. Un honor a medias, un mérito vergonzoso cuando es cosa de darle la cara a la sociedad, pero no por eso menos significativo. Pablo fue contactado vía telefónica por una mujer –«María Gris»- quien lo citó en ese mismo instante en una avenida principal. Ahí, disminuidos por el bullicio vehicular, María Gris le confirmó que era parte de un complot capital llamado «El Método» cuyo gestor –era de pensar- se hizo llamar «Arquímedes», quien observó a cada uno de los postulantes personalmente. Quién sería, qué importaba. Se le confió el secreto y que perdiera cuidado pues “las identidades están protegidas sin importar lo que ocurra”. María Gris le solicitó tomarse un par de meses de vacaciones y que por dinero no había problema, solo debía retirar un sobre semanal en la casilla 54015. “Espera el siguiente llamado”, concluyó lacónica y se retiró entre la fauna urbana que transitaba sin cesar.
Pablo aguardó el siguiente llamado con ansiedad. Poco le importaban los dos meses de descanso. Deseaba estar ahí, ejecutar su parte y observar el resultado jactándose de su contribución, fundamental para el éxito, cuyo objetivo desconocía, enigma que a veces le traía comezones pensando en qué se estaba jugando en esta misión y quién sería Arquímedes, que ya lo adivinaba influyente, más de lo que imaginó en un principio. La ansiedad también tenía algo de lógica: Sentía a ciencia cierta que el margen de dos meses era tan solo eso, un margen, y que el dinero semanal era una suerte de “reserva” para que Pablo no se arriesgara a ser detenido en el intertanto. Así que marcó en su calendario el último día del lapso, prometiéndose volver a sus andanzas apenas se cumpliera el tiempo de descanso. Mas no fue necesario. A la tercera semana sabática el teléfono volvió a sonar. Un nombre y un número: La dirección a la cual debió acudir en el acto. Cerciorándose de los datos se encontró frente a una sucursal bancaria con singular cajero automático. Percatándose que nadie le esperaba –tampoco María Gris a muy pesar suyo- desaseguró la puerta con su tarjeta de la cuenta corriente, y una vez dentro, curioso mensaje: La pantalla empolvada como si hubiese estado abandonada a la intemperie y escrito sobre dicha suciedad el número 25.000. Pablo digitó la cifra y el cajero vomitó tres billetes, dos de diez mil y uno de cinco mil. Pero dichos billetes estaban alterados con escritos sobre ellos de borde a borde. Conlin guardó el escueto fajo y salió apresurado del lugar. Casi sin recordar el trayecto estaba en su cuarto, reposando los tres papeles sobre una mesita que oficiaba de velador. Los miraba y no podía creer que allí se señalaran los pormenores de su misión, y por supuesto, ¡cuán influyente debía ser este Arquímedes y entonces qué carácter tendría este complot! Pero los detalles eran eso, detalles. Solo se describía su parte de lo que le parecía un entramado gordo y complejo. En parte se sintió defraudado, pero también resguardado por la promesa de la mujer. “Identidades protegidas”. Tomó el primer billete y lo leyó a contraluz. Los mensajes estaban sin signos de puntuación, debiendo ligarlos a imaginación y según el contexto dado en la conversación con María Gris. «ENTREGAR TARJETA HOMBRE ROJO MONTECINOS CON ÁLAMOS 12 OCTUBRE 18:30», su parte exacta de la misión, pero ¿qué tarjeta? «DESPUÉS ALEMANIA 235 PREGUNTA DORISA CAMBIAR ROPA VOLVER CASA», el siguiente paso para cubrir su propios pasos. «TARJETA 10 OCTUBRE CASA», esto respondía su última cuestión e hilaba una historia que no estaba conectada cronológicamente. Esta frase continuaba con una advertencia: «NO ABRIR TARJETA POR SEGURIDAD». En ese instante doña Tita tocó la puerta.
-Lo busca una señorita, mijito- Chilló desde la otra cara de la madera.
-Dígale que me espere, que ya voy- Pablo gritó entre preocupado y ofuscado por la interrupción, pero dándose tiempo para continuar con la lectura. «NO TEMER INVESTIGACIÓN SOLUCIONADO», y otra vez preguntándose los alcances del gestor de este plan. Cuáles serían sus redes si la investigación ya estaba boicoteada antes de ser realizada. «NO RESPONDER LLAMADOS» y «NO TRANSCRIBIR MEMORIZAR QUEMAR 11 OCTUBRE». No había dudas en estos mensajes y de hecho no había para qué advertirlo, pero nada podía quedar al albedrío cuando el “método” parecía tan perfecto desde los ojos del estafador que no se cansaba en repasar las líneas. El siguiente billete, una vez guardado el primero, rezaba lo siguiente, tal vez lo más revelador y lo único que le hizo encoger su estómago. «ASESINATO MINISTRO I.», donde la i podría ser un apellido o una rama ministerial. Como fuese, ahora medía la responsabilidad y consecuencia de su participación. Y recordó a la mujer que lo aguardaba. Entreabrió la puerta y por la rendijilla vio la espalda de María Gris con un cigarro, impaciente en la sala de estar mientras doña Tita le hablaba a los oídos sordos de tan imponente figura. Cerró la puerta. No supo si seguir leyendo o no. ¿Y si la hacía pasar? No, no, se esmeró y continuó la lectura del papelillo. «21 OCTUBRE ALMACÉN 3 HERMANOS 9:15 DINERO», la recompensa y ahora sus detalles. «PORTAFOLIO GRIS 235-235», titubeó. ¿Esos número serían el modelo del maletín? No lo conocía y seguramente la paga debía ser una jugada rápida y silenciosa. Un respiro y “¡Estúpido de mí!, es la clave para abrirla”, intentaba calmarse al momento que las pisadas de María Gris se acercaban martillando el piso enmaderado. Pablo Conlin se echó el fajo al bolsillo y esperó frente a la puerta que la mujer hiciera ingreso. Se sonrieron -él nervioso, ella no- y la mujer que trabó la hoja con el picaporte. Por un instante el silencio de ambos, un silencio aterrador para Pablo, acostumbrado a estafas pero no asesinatos, y María, fría, esperando que se manifestase.
-¿Y bien?- Forzó la mujer. -¿Los leíste?
-En eso estaba.
-¿Los leíste todos?- Pablo negó con la cabeza.- Escúchame- Insistió ella-, estoy acá para resolver tus últimas dudas, así que esperaré a que termines de leer. ¿Te importa si fumo otro?- Tentó un nuevo cigarrillo, pero sin esperar respuesta lo encendió y se sentó cómodamente en la cama negándole la mirada. Al costado, Conlin terminaba el segundo billete con otros puntos sobre el trato y el valor a entregar.
-Es harta plata.- Comentaba timorato Pablo.
-Nueve dígitos ¿alguna vez recibiste tanto por un trabajo?- Concedía sin mirar.
-Pocos trabajos merecen tanto dinero.
-Sigue leyendo.- La mujer echaba cenizas en un vaso con agua que estaba en el piso. Conlin continuaba develando nuevos puntos como recomendaciones de cuando volver a delinquir, de cómo contactarse con Arquímedes si necesitaba y como eludir respuestas en caso de ser detenido.
-Me dijiste que nuestras identidades estaban protegidas.
-Mira Pablo, el mundo es grande y siempre es posible que algo se nos escape de las manos. Pero no te preocupes, es un riesgo menor dentro de todos los que existen.
-¿Y qué otros riesgos existen? Me dijiste que no había ninguno.
-¿Leíste el billete de cinco mil?
-No, ese me falta- La mujer largó una solitaria carcajada.
-Creí que por eso estabas tan nervioso, por lo que dice ese billete.- Pablo extendió los cinco mil pesos y un microscópico mensaje que bordeaba la silueta de Gabriela Mistral diciendo «UN ESBIRRO MUERTO CEBO DESPISTE POLICIAL». María se volvió a él con falsa sonrisa.
-¿Ves? La policía encuentra a uno de ustedes con estos billetes escritos, que por supuesto no se relacionan en lo absoluto con la misión, despistará la investigación y apuntarán al sitio equivocado, para que nosotros podamos realizar el plan a discresión. ¿No te parece inteligente? Deshecha toda clase de riesgos- Pero el estafador temblaba y el billete flameando entre sus manos. Intentaba articular alguna palabra, esfuerzo que se concretó en un sucinto mensaje de auxilio.
-¿Entonces no van a matar a ningún …?
-No lo sé. Soy una pieza más, como tú.
-Pero si hay uno falso… tú puedes saber si soy yo el cebo.
-Discúlpame, pero no estoy en posición de decirlo. Mi puesto es de extrema confianza y faltar a esa confianza es la muerte segura.
-¡Ayúdame!
-Aunque quisiera, Pablo, mi familia está amenazada. Si fallo, ellos mueren. Es el seguro de vida de Arquímedes y lo voy a respetar- Pablo se ahogaba pensando en posibilidades, en la certeza de que sin importar a dónde huir, un secuaz de Arquímedes le encontraría y asesinaría, y que si ultimaba a María Gris quedaría fichado en el bajo mundo ¡y cómo huir de él! Entregarse a la policía estaría de más. La policía, los jueces, presidiarios incluso, serían peones de Arquímedes y su venganza sería cruel. Estaba atrapado. Atrapado y rendido a la voluntad de la mente maestra que en su omnisciencia también tenía contemplada esta escena contradictoria y tal vez -¡tan vez, sí!- sólo sea una farsa para probar la entereza de sus hombres. Ella lo miraba desafiante, con sus manos en los bolsillos, el cigarro ahogado en el vaso. De pie, tan alta como pocas mujeres, esperándolo como una sombra, aguardando a que desbrozara esos nervios que no le permitían razonar, pero en vez de ello, como si desde todo ese laberinto de ideas y miedos se escribiera una larga e infinita línea plateada la profunda verdad del asunto, Pablo se atropelló con la imagen retrospectiva de María Gris planeando toda esa fantasía de complotes y códigos, creando personajillos que no existían y que solo fueron planeados para darle caza a él y solo él. Ningún Arquímedes, ningún Método. Todo era para él, porque ella, María Gris, era otra estafadora, otra embaucadora y que se estaba ganando cien años de perdón. Sin dudas trabajaba para alguien que fue víctima de los modales de Pablo y ahora se daba una revancha. El cruce de la idea fue tan fugaz y repentino como el desenfundado del revólver que se dirigía directamente a la mujer. Y ni la breve súplica ni el singular “no” fueron atenuante para que María pagase con sus sesos dispersos como un brochazo en la habitación. Y sin haber exhalado desde la última idea, Pablo habiendo asesinado a la espigada y enigmática morena que yacía con ojos entreabiertos sobre la cama enrojecida. Huyó. Primero de la casa, luego del barrio, días más tardes de la ciudad. Todo había pasado y de la policía y sus controles, ni rastros. Todo había sido una estupidez, por crédulo. Con el dinero rayado compró pasajes y adelantó una semana en la nueva habitación. Cuando el dependiente preguntó sobre los extraños escritos, Pablo le restó importancia aduciendo que recibió así los billetes. Qué pista se podía seguir. Quién más sabía de esos billetes. Pablo y María Gris, o tan solo Pablo, en su nueva habitación indagando en cuanto hubo y cuanto fue, convencido hasta las entrañas que todo fue un ardid en revancha personal, nada más. Sin embargo, por más tozudo que pareciera su pensar, guardaba un pequeño resquicio mental que le forzaba a pensar acerca de la veracidad del plan. Tenía las fechas, era cosa de corroborar por la prensa el asesinato del ministro I.. Por otro lado, la muerte de María Gris y su propia huída harían abortar el plan. Arquímedes o como se llamara estaba desprotegido y no se arriesgaría sin saber si en la habitación de Pablo, junto a la muerta, estaban los billetes marcados con el plan a exactitud y ahora, quien sabe, con los lugares y personas mentadas en cada ejemplar monetario investigados en la probabilidad de que todo fuera cierto. Mas, los billetes consigo, Arquímedes con una gran red de protección informándoles al detalle. Ergo, todos a salvo. El cuestionamiento debía reducirse a si la historia del complot era cierta o no, aunque Pablo sabía que no.
A veces el resquicio le venía entre sueños, como un mar revuelto tronando en las orillas de su mente, como un fantasma vigilante, un ropero armado dando silenciosos pasos sobre el suelo alfombrado, trabajo subrepticio, aterrando en la quietud, en el silencio. Pablo dormía, si entendemos por dormir los ojos entreabiertos en la suma oscuridad acariciando la cacha de su arma, manteniéndola tibia, cargada, presta a ser utilizada, con todas las atenciones puestas en esa puerta inerte, tan fría como su propia sangre, en la espera de ser desplazada con cuidado, que la sombra se abrigue en la sombra y con sus ojos fulgentes darle con la boca de su revólver en la frente. Un estado entre el sueño y la verdad, cuando lo real es diáfano y entonces todo lo que imaginó por obra de miedos no fue más que un instante cierto e irrefutable, el momento exacto en que el gatillo fue oprimido con toda la ira de Arquímedes sobre su cuerpo.

Caminante

septiembre 29, 2007

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caminando, originalmente cargada por freddy vasquez.

Percepción del tiempo

septiembre 29, 2007

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_–relojtexto, originalmente cargada por freddy vasquez.