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Fósforos

octubre 30, 2007

Alberto, viejo calvo y anteojos oscuros, leía el periódico acompañando su tentempié en el Café Samoiedo. Equilibrando las hojas y la taza podía con ambos ni derramando una gota ni que las hojas se plegaran como una flor triste tras el fajo bien tomado con su mano izquierda. Y la mirada pendiente en el periódico sin siquiera leerlo: Regresaba a esa mañana cuando trasladaba los fósforos de una caja grande a una chica, usando esta última para tenerlo a mano cerca del calefón. El crucigrama no era más que un tejido lineal que le devolvían hacia aquellos fósforos, bajo el método infalible de arrojarlos a la mesa, volver todas las cabezas al mismo sentido y luego echarlos a la caja pequeña. Una breve sacudida y las que estaban mal alineadas se hermanarían indefectibles frente al resto. Pero pensaba y pensaba. Palpaba la caja pequeña con etiqueta cordillerana y la removía escuchando un golpecito seco, evidencia de que estaba llena. Recuerda que la abrió antes de marcharse, pero no recuerda si todos los fósforos tenían sus cabezas en el mismo sentido. La primera línea y la segunda bien, pero en la tercera ya le parecía que había una en sentido opuesto. No estaba seguro, era solo un tal vez. Un tal vez que significaría salir del momento grato de una taza de café y hacer la llamada. Qué dudas podían caber ante la inseguridad de haber desarmonizado la habitación con ese pequeño defecto. El calefón estallaría, o el agua fría como hielo picado. Un agüero de males en ese descuido. Dejar el café, el crucigrama que no pretendió leer. Vamos Alberto, no te quedes ahí. Un billete a la mesa y se largó.
Qué prisa y la gente tan lenta. El fósforo invertido ensucia la caja, que desarmoniza la habitación y la casa, la manzana, el barrio entero, con una reverberación que se expande como un río hacia toda la ciudad, el país, el mundo. El mundo de Alberto. Alberto no lo puede permitir y aunque siente que el aire está más denso y las personas miran distintas sabe que pronto pasará.
Ya voy, ya voy, que se tranquilicen. Estarán bien.
Alberto secó el sudor de su frente y por fin estaba frente a la casa. Ese cielo rojizo volvería a azul, esos autos que patinaban en el asfalto volverían a andar. Es cosa de instantes, que arreglo esto. Dejó una estela hasta el baño. Tomó la caja de fósforos con prisa y la abrió. Hurgó con sus dedos. Buscó pero no encontraba al rebelde. Los nervios le precipitaron hasta mandar todos los fósforos al piso, desordenados, vueltos a su modo. Alberto se tomó la cabeza y respiró profundo su angustia: Ahora cómo descubriría cuál era el fósforo que buscaba.

Diálogo entre el Altisimo y su creación

octubre 30, 2007

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Portada de la revista Laberinto del diario El Milenio de Veracruz, periódico mexicano.

La idea es interactuar con el formato pudiendo conseguir una larguísima e interminable (o bien una tan breve) discusión como el lector desee.

Esta vez ahorré el trabajo de girar el notebook, el monitor o la cabeza, publicando la imagen girada también, siendo el original el superior (lo notarán por la firma)

Dale alegría a mi corazón – Fito Paez

octubre 27, 2007
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