Archive for diciembre 2007

Duendes trabajadores – 1ra parte

diciembre 29, 2007

De «Ciertas etnias extintas de Chile»

Cuando el puerto era la capital comercial de Chile, donde todo pasaba por buques y grúas, existían unos curiosos animalejos cuadrados de sonrisa amplia y muy amables, hiperquinéticos, se quejan algunos, pero se quejan de lleno, pues los duendes hacían el trabajo de cien estibadores a la vez. Trabajo no faltaba, así que eran bienvenidos en las arduas faenas de sol y sombra, merodeando por las calles y también levantando grandes cargas cerros arriba. Era gracioso ver a estos seres no muy corpulentos redoblando sus esfuerzos en escalas con miles de peldaños, o descansando a la sombra de alguna figura conmemorativa. Como no hablaban ni tenían nombre, la gente de puerto simplemente los llamó “duendes”. Qué más podían ser apareciendo de madrugada con sus pasos rechinantes, todo escandaloso, y riendo pícaros esperando por la nueva descarga del barco de turno. Se peleaban el primer cajón con embustes metálicos y golpeando seguidamente sus cascos. Ya sabían que el amarillo, el más peleador, no debía llevarse la primera caja, porque su desbordante alegría solo había provocado desastres, con kilos de manzanas rodando cerro abajo o muebles ingleses despedazados entre sus manos de metal. Rojo parecía más calmado, pese a su color, y era a quien se le designaban los productos de mayor fragilidad. Lámparas, cristalería en general, que llevaba con gran cuidado por arterias que abrían el paso para tan ilustre trabajador. Azul, en cambio, era rápido y diligente, aunque no se podía confiar que toda la mercancía llegase en el perfecto estado en que se entregó. Sin embargo los feriantes ya calculaban el margen de pérdida (menos del diez por cien) que llegaba convertida en fruta molida y verduras deshojadas hasta lo irreconocible. Azul se había ganado la confianza de todos. Era que no. Entonces ¿qué le entregaban a Amarillo? Amarillo siempre acarreaba alhajas de plata y oro, joyas en general, que venían en celosas cajas inexpugnables ante los bríos de este duende que con dicha mercancía se transformaba en el más apetecido por bandidos y por ciudadanos que urdían la manera de apropiarse de esas joyas. Intentaban engañarlo, porque eran inocentes a colmar, y los llamaban desde esquinas para que acompañase a una dulce abuelita a cargar sacos de frutas por estrechos linderos hasta su casita en la punta de un cerro. Ah, el duende era amable y no se resistía a eso. Amarillo abría su boca sonriente y encerraba a la viejecilla en su estómago transparente, mientras que con un brazo mantenía en equilibrio los baúles sobre su cabeza y con el otro brazo las bolsas y sacos de la señora. Subía la cuesta, forzado trayecto por depresiones que luego se alzaban como subidas aún más pendientes y Amarillo con su mueca feliz destilando en aceites hacía el mejor de sus esfuerzos por alcanzar la casita que humeaba todavía lejos. Llegando al sitio, horas después, descansó sus brazos y sacó a la abuelita de su estómago. Ella muy amable agradeció el gesto y se despidió llena de agradecimientos hasta desaparecer tras la puerta. El duende miró el mar y vio que la distancia era demasiada. El sol marcaba las tres y la mercancía debía estar a las dos. No había excusa para el atraso y aunque ya no llegó a tiempo, peor lo haría si prolonga el atraso, así que puso los baúles en su cabeza y equilibrándolo con sus dos manos dio por iniciada su marcha de vuelta. En eso estaba, tal vez por una calle estrecha, cuando un empujón le hizo perder el equilibrio, y antes de que tomara conciencia de lo que sucedía ya estaba rodando calles abajo, preocupándose primero de los baúles que lo acompañaban un poco más atrás en este apuro forzado. El enrejado de madera volaba a su paso y las vecinas asomaban sus cabezas adornadas por pañolones para ver el extraño espectáculo de este duende desbocado. Tres calles y media más abajo un muro de ladrillos le puso freno a su aventón. El muro se desdentó ante tremendo golpe, pero igualmente puso atajo a Amarillo que se notaba mareado y fuera de sí tanteando por los baúles encomendados. Cuando los hubo apilado nuevamente y estaba presto a continuar, unos hombres de sospechoso hablar le invitaron a guiarlo hasta la avenida principal, que no faltaba mucho para llegar, y el buen Amarillo más ido que venido, aceptó la única invitación ofrecida por rincones que no resultaron muy honestos y que lo vadeaban hasta orillas del cerro desnudo, que observó con cierta suspicacia, aunque intentó creer que no era más que su mente atribulada y continuó. El camino se tornó hosco y profundo, cuando sus guías lo enviaron al piso y cortaron sus brazos y piernas, haciéndolo rodar cuesta abajo al estrellarse en unos roqueríos que lo esperaban con sus filos bien en alto. Los facinerosos se quedaron con las arcas y se olvidaron del duende que intentaba gritar por ayuda, pero su desmembrado cuerpo apenas le daba fuerzas para exhalar un resuello amargo llevado por el viento.

El destierro del Viejo Pascuero

diciembre 27, 2007

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El destierro del Viejo Pascuero, originalmente cargada por freddy vasquez.

Noel era un cuarentón altruista, que reconfortaba a todos los niños con regalos en navidad.

Todo, hasta que la Coca-Cola lo secuestró y envió a Astrakhán, URSS, donde lo encerró en un cuarto de 2×2 y una balalaika para su entretención.

La empresa cambió la figura del Viejo Pascuero. En vez del fortachón Noel, lo cambió por un obeso y cachetón anciano con una capucha con el color institucional de la compañía.

Si van a Astrakhán, búsquenlo en las mazmorras de la prisión. Ahí está el verdadero Noel, algo «ido» después de tantos años, balbuseante, pero detrás de la patética figura sigue siendo él, el verdadero Viejo de Pascua.

Cuando de nada sirve el espíritu navideño

diciembre 25, 2007

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