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Ley del Talión

agosto 29, 2008

Salem cometió un crimen: Asesinó a un hombre en una riña. Dicho error –como calificaría después en la audiencia- tuvo sus costos para él. Cuando creía que la vieja ley del Talión recaería con una muerte segura en la horca, un joven y dolido muchacho llegó a comparecer frente al juez. Con sus ojos llenos de lágrima, suplicó al usía que comprendiese su punto: Que Salem no había cometido el acto de asesinar, sino de causarle dolor al hermano que perdía a un hermano, y que si la ley se ajustaba a lo que había arrebatado, entonces el asesino debía perder a su hermano para que se igualara la pena que el tenía. El juez consideró el hecho y mantuvo la sanción pero cambió a la persona. A la mañana siguiente el asesino veía cómo su hermano mayor, hombre justo, observador de la ley y un buen padre y marido, agonizaba con una cuerda que se apretaba en la garganta y le asfixiaba lentamente. Pudo haber terminado esto aquí, con el dolor que partía el alma de Salem, con la pena algo más cicatrizada del hermano gracias a la decisión del señor juez, pero una nueva moción llegó al tribunal y Salem se sobresaltó con la noticia: Esta vez era el padre del asesinado el que acudía a la justicia para compensar esa agonía viva que era perder un hijo. Si él lo había perdido, entonces Salem también. Pocos días después, Salem tuvo la horrible experiencia de observar tras su celda, -sin dejar de gritar, suplicar, chillar por su hijo- cómo su vástago era sumergido en el río hasta morir. Los testigos veía la pequeña ventana de la celda como una boca que agonizaba en un lamento desgarrador. Entonces, el hombre que había perdido a su hijo sintió algo de sosiego al escuchar los aullidos de Salem. La noche no llegaba entera todavía, porque una voz delgada se presentó ante la corte. Yo perdí a un padre. Otra insoportable pesadilla para Salem, otra muerte de un ser amado por su causa; más lágrimas, más piedades, más dolor. La Ley del Talión se aplicó con toda su rigurosidad, y no solo dio muerte al hermano, al hijo y al padre de Salem, -que al menos tenían sangre de su sangre y con toda la inocencia frente al acto del asesino, heredaron por derecho propio parte de la atrocidad cometida por el hombre- , sino que continuaron con familias lejanas, con sus amigos y sus vecinos. Al cabo de unos meses, y es cosa de imaginarse, Salem estaba solo en la vida. Viviendo en soledad en su hogar. En soledad en toda la manzana de su población, y caminar por el pueblo solo acrecentaba su desgracia, pues la gente le quitaba la mirada y alejaba como si portase una enfermedad sumamente contagiosa, pero en verdad lo poseía: El pago por su crimen no tenía fecha de caducidad y cualquier atisbo de acercamiento a alguien significaría una nueva moción y una nueva víctima de la Ley del Talión. Y así terminó la vida de Salem, abandonado en su casa, comiendo a veces, errando como un fantasma en las calles. Ahí va Salem, decían, ahí va Salem a rastras, le decía la madre a un hijo, y le contaba la historia de ese viejo triste y desalmado para aleccionarlos para que siguiera el buen camino y no el mal. Ahí va ese hombre al que no puedes saludar.