Dos

diciembre 3, 2008

I
Una tarde casual, una festividad más. Sin otra pretensión, ese día disfrazado de inocencia fue una fecha importante para ambos. Aurora lo conoció a él; Él conoció a Aurora. Un par de miradas –o una sonrisa tal vez, no lo recuerdan- y dos extensos y lejanos caminos parecieron converger de súbito en ese instante que unió sus vidas. Sin más que esas sencillas señas ambos fueron a la casa de Mauricio –‘él’- e hicieron el amor como argumento natural de todo lo acontecido ese día.

II
Aurora se marcha temprano. Él descansa de una agotadora noche de pasión. Su piel resuma un sudor que lo refresca de sudores anteriores. La puerta se cierra y ambos fingen no despedirse ni con un silencioso ‘adiós’. Mauricio abre sus párpados, pero no se pregunta a dónde va ni a qué hora llegará, o por qué huye a estas horas cuando el sol apenas despunta sobre las montañas. No le importa.

III
Mauricio cierra el paragua y se apoya en él con elegancia. Había dejado de llover. En la vereda opuesta, una mujer que le roba toda razón camina ansiosa por la avenida perdiéndose entre la muchedumbre que aguarda la luz verde. A dónde irá, a quién sigue.

IV
La mujer no regresa a casa y tan tarde que es. El hombre mira su reloj y de súbito ya son las once de la noche. Sin darse cuenta ya es de madrugada y prefiere cerrar la puerta con doble llave. No llegará sentencia con un dolorcito al orgullo pero no al corazón. Se tiende en la cama solitaria y mira al techo sin dejar de pensar en la mujer que vio en la calle, enredándose entre la avenida y pasajes transversales.

V
Aurora se apaga con las primeras luces de la mañana. Si pudiéramos romper la ventana tapiada y acercarnos a la habitación oscura donde descansa junto a un grupo de desconocidos, seguramente Aurora no sabría decirnos dónde se encuentra ni qué hace ahí.

VI
Mauricio se queda con la mirada puesta en una jovencita de abultado escote. Quiere olvidar.

VII
La noche es una sombra llena de fantasmas, de un cigarro bien fumado y un whisky de poca laya que encontró en oferta. Piensa en ella y se imagina que en algún instante de pausa entre tanta agitación, ella piensa en él. Se conforma con la idea de que en cierto momento ambos están en la misma sintonía y lo disfraza como algo astral, aural, zodiacal, de esta vida, de otras vidas, planetario, del destino.

VIII
Alguien invitó a Aurora a pasar una tarde calurosa en su departamento. Era un sitio espacioso y con cortinas blancas iluminando cada rincón. Lo único que había era un sofá donde Délano se echaba a descansar y un sitial antiguo donde Aurora miraba al hombre dormir. Así pasó toda la tarde, esperando un poco de algo. Lo que fuera ese algo.

IX
El hombre invitó a una mujer sin edad. La escuchaba hablar mientras compartían un café y varios dulces. Una facturita, dos. La escuchaba como un eco lejano, como una radio entonando el ambiente, como una imagen diáfana que le da fuerza a lo que se está observando en primer plano. Y lo que Mauricio observaba en primer plano era a Aurora.

X
Le pareció amable de su parte haber dormido todas esas horas para revitalizarse y así amarla con más pasión. Le pareció dulce y conmovedor que esperase todo ese tiempo sentada en el sitial como una mujer digna para él. Cupo la idea de que el sexo fuera el final de un ritual de paciencia y devoción.

XI
Cecilia guardó silencio porque ya no tenía nada más que decir. A él –que no le dio ninguna importancia a nada de lo que dijo- le pareció un alivio. Pero en el preciso instante en que recogió ese silencio después de varias horas de ruido, su pensamiento cruzó por todos los tejados, atravesó seis puentes y fue a depositarse sigilosamente en la sonrisa de Aurora. Sonrisa que no era para él sino para el hombre que la acompañaba ese día que la vio en el café.

XII
Délano no contestaba. Por más que insistiera en la puerta y el timbre llenara de campanazos la casa, el hombre no contestaba. Aurora sabe que está con otra mujer e insiste con mayor razón, pero Délano es puro silencio. Rendida, sabiendo que no habría otra oportunidad, se protegió bajo un arbolito hasta que la lluvia pasara. Entonces emprendió el viaje hasta el único lugar donde sentía pertenecer.

XIII
Una mujer espigada corría por la vereda del frente con un diario en su cabeza para capear la lluvia. Al otro lado le observaba Mauricio quien se ocultaba bajo su paragua negro. Y aunque era ridículo hacerlo, ofreció llevarla a su destino salvándola de la lluvia. Ella lo miró y aceptó. Ambos se fueron por calles que Mauricio jamás había visto.

XIV
Aurora ve a Mauricio acompañar a la mujer por calles que les era muy familiar. Los observa a distancia y sabe que el hombre está muy entusiasmado. No le importó la situación hasta que la mujer se despide muy afectuosamente de Mauricio y éste marcha. Entonces ella toca el timbre y Délano sale a recibirla. Aurora está destrozada.

XV
Tocan la puerta. Tres golpes secos. Aurora ha regresado. Empapada y todo prefiere aguardar en el umbral. Ambos se miran a los ojos, como debió ser la primera vez (aunque la memoria les falle y no estén tan seguros). Se miran y no dejan de hacerlo por varias horas, cuando la lluvia cesó, el sol regresó con furia, borrando toda huella del mal tiempo, y ellos se siguen mirando. Llega la noche, los árboles agitados, una bruma espesa y ella siente frío.

Mauricio la invita a pasar.

Flores subterráneas

octubre 18, 2008

Me la encuentro por ahí, a la salida de un café, en la vereda húmeda de una calle santiaguina, junto al semáforo y su cuenta regresiva o caminando de donde venga, de una esquina desconocida, de la tienda que jamás me llamó la atención. Como sea, siempre está presente, acaso un fantasma que lucha por mantener fresca la memoria de esa mujer que hoy, al alero de un cigarrillo recién acabado, desaparece por la siguiente callejuela.

Como en tantas otras ocasiones se presentó, esta vez en el metro, en un vagón especialmente agradable, con personas de pie más por el disfrute de la perspectiva que por el deber de estarlo. De ese grupo era yo también, admirando las figuras que se corroen en ventanas que vibran en los túneles entre cada estación. Mi delicada figura parecía salirse del espejo, destacando la blusa blanca entre el negror de esa boca de lobo por donde viajábamos. En fin, la rutina que nunca es rutina, porque nunca es igual, porque las personas cambian; la frescura matinal y el espesor de un día de trabajo en uno y otro viaje. Pero por más que se empecinan en esconderse como una niña más, una señora más, un caballero pensando en la nada más, siguen siendo individuales y vuelven esta rutina sin bemoles en algo totalmente distinto en cada trayecto.

Con dirección Escuela Militar, me convencí de haberla encontrado, con la seguridad de que las otras mujeres que pasaron, incluso miraron y sonrieron, fueron sólo réplicas mentales (como una figura mítica en la historia de mi vida) de ésta que apretaba su manito en un pasamanos, una manito frágil, pero tan firme como si fuera una extensión del vagón, o más bien, el vagón una extensión de ella. Me acerqué tanteando entre otras personas, en el señor que cerraba el paso con su maleta negra de cuero. –Con su permiso-, abría y continuaba. Ella pequeña, se dejaba ver con dificultad, entre personas, barras, por delante de los ecos del túnel; su cabello lacio, castaño claro (¿rubio pude pensar en la adolescencia?), ojos miel, tan armónicos a su tez pálida que a su vez irradiaban algo especial, algo que me obligué a olvidar pero no olvidaba.

No soy de las crédulas que se convencen de la existencia del destino por el remoto testimonio escuchado en una salida nocturna, de la voz de alguien pasado de copas. Necesito algo más para comenzar a sospechar sobre algunas ciencias; Y el destino me parecía de lo más patético e ingenuo –si se quiere-, como una suerte de excusa para brindar cierta explicación mística a eventos de menor pompa y mucho más aterrizados y explicables por la vieja ciencia de la prevención, negligencia u otros afines que nos describen de mejor manera a los seres humanos. Pero no puedo negar que esa tarde en el metro algo sucedió, algo que pudo caer bajo las ideas de coincidencia, incluso de buena fortuna, pero jamás bajo el Destino, esa palabrita que cae bajo la tutela de un maquinador superior. Pero repito, esa tarde algo sucedió en el metro.

Su blusa blanca, delgada, cubriéndola como un aura que hacía destellar de ella –desde su rostro- tantos colores como mi corazón podía percibir desde dos asientos a distancia (y acercándome). Tuve el coraje so riesgo de que no me reconociera, de que viera a uno de los que tanto pudo ver en estos veinte años de distancia, de que pasara de largo en sus recuerdos y simplemente me guardara como una aventura pasajera, como un siútico romántico y que este encuentro, esta palabrita que abriese un diálogo de insospechables repercusiones (no me mostraba muy optimista al respecto) simplemente le asentara aún más la idea de lo miserable e indigno que podía resultar alguien enamorado. Pero estaba dispuesto a asumir el riesgo.

Y si digo que hoy tengo fundadas razones para sospechar en el destino, es porque esa tarde en que mi figura blanca latía al ritmo de la vidriera bajo el túnel del metro, un hombre llegó inmiscuido –subrepticiamente puedo agregar- por entre un gentío que se hacía insostenible en los vagones desde donde procedía. Me miró con ojos que no veía hacía mucho tiempo, y si no fuera por esos ojos, jamás hubiese reconocido ni su sonrisa, ni su cuerpo que ahora estaba más corpulento y yo más esmirriada a su lado. No hubiese alcanzado para recordar sus pálidos besos adolescentes, ni esa única noche de pasión en que todo sucedió tan rápida e incomprensiblemente. ¿Y el destino dónde salta en el evento? Las últimas noches pensaba en él, extrañaba algo de él, quizás su corazón inocente con que se llenó de mí, ese cuerpo que abracé y sentí tan lejano en ese momento, pero que por entonces satisfacía el placer que estaba amaneciendo en mi vida; y que sin embargo, a él pareció satisfacerle toda su alma, llorando luego del sexo, llorando por amor, de felicidad, por mi entrega, por la suya. Tal vez eso era lo que lo hizo tan particular, y que si bien borré durante décadas, volvió como furtivos pensamientos colándose entre mis sueños. Y acá lo tenía.

Antes de pronunciar palabra alguna sé que me reconoció, sé que me crucé en sus recuerdos, me hice presente en su vida, me hice una figura de carne y hueso. Me hice real.

No pude resistir esa carga. No pude soslayar esa deuda que contraje al abandonarlo sin razones. Porque pude olvidarlo, pero no sus lágrimas, ora de felicidad, ora de amargura y tristeza. No pude y tuve que hacerlo.

Ese beso, ese nuevo beso luego de veinte años, fue el ritual que cerró un círculo de deudas conmigo mismo.

Y esa misma noche hicimos el amor. Y esa misma noche fui yo quien lloró, quien sufrió, quien pedía a gritos un abrazo de verdad, con tanta pasión como entrega. Esa misma noche me reconcilié con el corazón de este hombre, porque por fin pude entenderlo, porque tal vez ahora recién vivía ese mundo adolescente del amor sin razones ni distancias. O quería sentirlo, quién puede saberlo. Tal vez es la primera vez que me enamoro, y es tan doloroso, tan doloroso, como fue el adiós para él.

Pero esta vez no fue difícil decirle adiós. No hubo ni una herida, ni un rasguño al momento de partir. Solo lo dije, y me fui en paz.

Y lo dejé ir en paz. Pero el dolor, el dolor…

Tres maneras de verlo

octubre 5, 2008

Modelo de Incertidumbre

Una aeronave surca los cielos de Llanos Viejos y deja caer un misil que detona sobre un edificio comercial a las afueras de la ciudad. Saldo: Treinta muertos, doce heridos. El Presidente de Llanos Nuevos habla en cadena nacional. ‘Hemos recibido noticias sobre un posible atentado en Llanos Viejos. Al parecer un ataque sorpresa ha destruido un importante edificio y ha producido un sinnúmero de muertos, otros tantos heridos, y mucho dolor en el pueblo del país vecino. Deben saber que como una nación democrática no toleraremos bajo ninguna circunstancia un evento que ponga en riesgo la paz de la zona, y le digo a mi pueblo que pueden dormir tranquilos: El gobierno pondrá atención en lo que ocurra en Llanos Viejos y tomará las acciones pertinentes si fuera necesario. Viva Llanos Nuevos, viva la paz’.

Modelo de Guerra

Una aeronave surca los cielos de Llanos Viejos y deja caer un misil que detona sobre un edificio comercial a las afueras de la ciudad. Saldo: Treinta muertos, doce heridos. El Presidente de Llanos Nuevos habla en cadena nacional. ‘El día de hoy el país de Llanos Viejos ha demostrado su arrogancia al no escuchar nuestra advertencia. Han cometido un cobarde ataque sobre su pueblo, asesinando a una treintena de inocentes. Una muestra más del tipo de gobierno que existe en esta nación. No podemos tolerar dicha injusticia, y por la salvación del pueblo de Llanos Viejos y por nuestra seguridad, iniciaremos una campaña que nos llevará a derrocar el gobierno de ese país. Por nuestro país, por Dios, por la paz.’

Modelo de Paz

Una aeronave surca los cielos de Llanos Viejos y deja caer un misil que detona sobre un edificio comercial a las afueras de la ciudad. Saldo: Treinta muertos, doce heridos. El Presidente de Llanos Nuevos habla en cadena nacional. ‘Nuestras fuerzas armadas han destruido la base del gobierno de Llanos Viejos. Han muerto las principales cabezas de ese régimen del terror. Con esta caída –y por el bien del pueblo caído en desgracia- iniciaremos la unión de ambas naciones para conformar un Gran Llanos. Parte del ejército se dirige en estos momentos a la capital de Llanos Viejos para reorganizar aquel país. Les digo, así mismo, que nos esforzaremos por mantener la paz conseguida el día de hoy. Viva Gran Llanos, viva la paz’.